Todo Lubitsch (y II)

Qué mas contar acerca de Lubitsch. Que resulta ciertamente increíble que exista gente que no lo conozca, ni a él ni a su mejor discípulo, Billy Wilder. Parece increíble, pero es cierto, hay gente que ignora la existencia de “Dios” (Trueba dixit). Este año he conocido a ciertas personas que así me lo han confirmado.

Ver un ciclo como éste ayuda a certificar a Lubitsch como inventor de la comedia sofisticada, la que tan bien han cultivado Wilder, Cukor, Hawks, Sturges o Stanley Donen (mi sofisticado favorito). No sé qué ocurre ahora en el mundo del cine, en el que la comedia es un género que ha concluído en el subgénero “acumulación de gags” (por lo general de mal gusto). Creo que mi última comedia favorita es de finales de los ochenta, “When Harry met Sally”, y eso a pesar de que Billy Cristal nunca fue santo de mi devoción y Meg Ryan me resulta antipática. Para divertirme últimamente prefiero ver comedias argentinas que nada tienen de sofisticadas pero que son inteligentes y divertidas, o series de televisión como las “Chicas Gilmore” que me han atrapado con sus diálogos delirantes repletos de ironía y de homenajes a muchas de mis películas favoritas.

Dónde estará el “toque Lubitsch”, me pregunto. Es decir, todo lo que se expresa con la elipsis, con el gesto, con una mirada, con un objeto en un lugar inesperado, con una frase surrealista y que al evolucionar hacia el “toque Wilder” sólo ganó en dosis de poder corrosivo. Creo que no queda nada de eso en el cine actual. Vi “El diablo viste de Prada” y me pareció un divertimento estupendo para una tarde de sábado y sofá, un vehículo de lucimiento para la Streep (que resulta grande en comedia) y poco más. Y dar gracias a que el humor no se basa en el ridículo ni en lo escatológico y que, de vez en cuando, salta una frase inteligente a la que agarrarse como a un clavo ardiendo. Pero todo en ese cine es previsible, copiado y repetido hasta la saciedad, no tiene nada de original. Mientras, Lubitsch es capaz de hacer reír al ritmo de “Heil” o recitando a Hamlet, consigue hacer reír a la Garbo y que el cine entero se ría con ella.

El toque Lubitsch presupone y cuenta con la inteligencia del espectador. Es la fórmula mágica. La comedia de hoy es burda porque muchas veces se piensa que el público es tonto y hay que dárselo todo pensado. Viendo una obra de Lubitsch el espectador entra dentro de la trama, la asimila, va sumando uno más uno, más uno… y el resultado de la ecuación no sólo es una sonrisa o una carcajada, sino una sensación de que el autor ha contado con quien se sienta en la butaca y ha sabido conquistarlo.