Instantes y vidas que mandan

Ayer envié un mensaje a todos mis contactos alertando de la existencia, en un lugar recóndito de los rayos catódicos, de una pequeña joya documental. Quizá me dejé llevar por el entusiasmo y, quien efectivamente se ocupara de esperar a verla o grabarla, después me diga, vaya, no era para tanto. Es posible que la vida de una burguesa rica durante gran parte del siglo XX no despierte interés, es verdad que a veces resulta hasta obsceno verla rodeada de comodidades en una época de problemas, hambre y carencias. Pero realmente no se trataba de observar todo eso, sino de lo que ella observaba y privilegiadamente atesoraba.

Pensemos: in illo tempore ni viajar, ni fotografiar, ni rodar la realidad (demasiado feliz para ser realidad) estaba al alcance de cualquiera. Puede que hoy, especialmente la gente joven, desprecie estos detalles. La vida digital ha puesto a nuestro alcance todo esto y más, y viajar se ha democratizado. Ver a Madronita Andreu entre los rascacielos de Nueva York o en camello por el desierto es una imagen mucho más exótica; viajar entonces era una aventura, algo en lo que se invertía mucho dinero y, sobre todo, tiempo. Lo bonito fue que ella misma era consciente de la necesidad de guardar todo eso a sabiendas de que era un mundo cambiante que, al irse ella, no retornaría. Lo suyo era un anticiparse a todas las modernidades, una mujer cámara en mano diciendo a todo el mundo qué hacer, hacia dónde moverse, cómo posar ante su tomavistas (no sé cuántos años hacía que no utilizaba este término). Además, su lente iba registrando todas las etapas de su vida: la única imagen que existe de su padre, el famoso Doctor Andreu, acaudalado industrial dueño de medio Tibidabo, sus dos matrimonios, sus hijos…

Su madre era hermana del pintor Francisco Miralles. En un ambiente artístico e intelectual, Madronita, desde muy joven, se interesó por la fotografía, después por el cine, y acumuló material rodado en su entorno familiar y social, primero con una cámara de 8mm y más tarde con otra de 16mm, con la que demostró buenas maneras, talento y mucha intuición. Más de 900 bobinas de película en 16mm, depositadas en la filmoteca catalana, son la fuente de esta recopilación que es Un instante en la vida ajena, un documental donde se resume de forma brillante una época que ha quedado atrás definitivamente, dirigido por José Luis López-Linares en 2003, merecedor de un Goya a la mejor película documental. Pese a estar editada en DVD, es difícil de encontrar, pero ayer al menos se emitió en La 2, con lo que nos quedó la oportunidad de grabarla y guardarla como un pequeño tesoro.

La dosis semanal de David Lean: preciosa copia de This happy breed (La vida manda, 1944), en la que a ratos (especialmente al principio) hay algo que recuerda al cine de Frank Capra, quizá esa primera secuencia de la llegada de la familia a la casa, con la abuela, la tía, el gato, cada personaje como llegado de un planeta diferente es, manteniendo las distancias, algo que recuerda ligeramente a esa atmósfera medio loca de You can’t take it with you (Vive como quieras, 1938). Obviamente, la historia va por otros derroteros e inclina la balanza más hacia lo trágico que hacia lo cómico, aunque reconozcamos que hasta el título tiene más aspecto de ser de Capra que de Lean. [Nota a mí misma: qué grande es Capra. Programaré una retrospectiva doméstica].