Dublín, víspera y 13

Qué viernes trece más largo. Qué tráfico el de Dublín. Casi me ha costado más llegar al hotel desde el aeropuerto que desde Vitoria a Dublín. Y la lluvia. Pero aunque está cubierto de nubes, la luz y los minúsculos claros del cielo prometen. Ojalá mañana haga un día bueno. Vamos, que no llueva y con eso me conformo. Una está acostumbrada a la lluvia, pero mañana es mi día y sería perfecto si saliera el sol.

Acabo de aterrizar de nuevo en el hotel después de cenar y pasear por las calles más bonitas de Dublín con Charo. Ella lleva aquí poco más de año y medio, y ya se le nota la condición de dublinesa porque sólo se da cuenta de lo turístico de Dublín cuando se lo muestra a sus invitados. Es lo que nos pasa a todos los arraigados a un lugar concreto, que lo vemos como el espacio habitual en el que vivimos, trabajamos, desarrollamos nuestra rutina; pero cuando vienen los amigos de fuera ese espacio cambia, le buscamos la belleza que hay que mostrar al forastero y presumimos de ella.

Con el cansancio a veces confundía los edificios y las calles de Dublín con las de Boston. El ladrillo rojo de las fachadas, los carteles de las tiendas y las tabernas, las entradas con sus escaleras, los forjados, las verjas… todo me sonaba a algo y ese algo está al otro lado del charco. Por algo se llamará New England, claro.
Los pubs, los restaurantes son lugares en los que acampar cómodamente. Hay vida. La gente se mueve y alterna. Esto está mucho más vivo que mi ciudad. No sé, hay algo que llena todos los locales, gente muy peripuesta o lugares vestidos para la ocasión. Estoy segura de que en esta ciudad podría sentirme a gusto si no pudiera quedarme en Donostia.

El hotel es bonito, limpio, cómodo. En el centro de Dublín, junto a St. Stephen’s Green y cerca de The Merrion. Las vistas, pese a ser de una habitación de las más “asequibles”, son muy agradables. Tejados, unos más bonitos que otros, nubes, verde. Puedo escuchar a las gaviotas – mal rollo, porque cuando buscan refugio tierra adentro es porque viene mal tiempo. Y ahora por la noche puedo ver las luces del edificio que hay enfrente, en los ventanales puedo ver que se acumulan cientos de papeles, libros, carpetas, archivadores, era más evidente antes de anochecer, ahora quedan algunas ventanas con luz, quizá alguien esté limpiando las oficinas.

Aquí no falta de nada, pero la sorpresa más agradable es el equipo de música. Hay una cadena de radio sintonizada que antes de salir a cenar ha emitido música de Haendel y Tchaikovski. Ahora hay un programa de jazz de ésos que invitan a pegarse un baño de espuma, prepararse una copa de algo suave y dejarse caer sobre la cama para descansar. Y mañana, Castletown House, en Cellbridge. No puedo creer que me lo esté tomando con tanta tranquilidad, serán los termalgines con los que he desayunado esta mañana o la migraña que no cesa…