Miguel Delibes

Miguel Delibes

Una entrada urgente, algo que nunca debería hacer. Hay mañanas en que una simple mención en la radio de algo que te importa te impulsa a disponer de diez minutos de tu importante tiempo para escribir algo, compartirlo y emprender la labor de recordar y recuperar para quienes vienen por detrás de nosotros la figura de un gran escritor.

Ahora pienso en los escritores en activo y creo que muy pocos pueden aparecer en los libros de texto de bachillerato con la misma convicción y derecho con que Miguel Delibes y extractos de sus obras emblemáticas «El camino» y «Cinco horas con Mario» aparecían en los textos escolares de obligado estudio. Delibes entró en la historia de la literatura muy pronto, más que muchos autores de su generación.

Recuerdo que leí «Los santos inocentes» una tarde de sábado, de un tirón, sólo un día antes de ir con unas amigas al cine a ver la versión de Mario Camus, yo tenía unos diecisiete años. Me impactó. Parte de mí proviene de esa meseta árida y austera a la que pertenece el escritor, de esas casas de adobe, de esas familias de labradores de manos grandes y ásperas y pieles curtidas. Las figuras de Azarías y Paco el bajo me impactaron en las páginas, y reconocerlas a través de Paco Rabal y Alfredo Landa fue toda una experiencia cinematográfica.

Delibes retrató lo que llamábamos «Castilla la Vieja» como nadie más lo hizo. Él ha conservado entre sus páginas la Castilla profunda y pobre. Describió la sociedad de los sesenta a través de Menchu, una víctima de la sociedad machista y también de sí misma («Era tarde para su costumbre…»). Trasladó la naturaleza a sus páginas como cazador y hombre de campo que se consideraba. Declaró públicamente el amor a su fallecida esposa y le dedicó ese precioso «Señora de rojo sobre fondo gris». Y homenajeó a la infancia (una infancia que ya no existe) en «El camino». Se quejó con «La hoja roja» del desprecio implícito en la palabra «jubilación».

A Delibes pude escucharle en una charla sobre la labor de escribir que él dio hará unos quince años (ya no lo recuerdo) en el Hotel María Cristina, en San Sebastián. Una costumbre ya olvidada la de traer a gente realmente interesante, que tiene mucho que contar, y contarlo bien. Delibes transmitía una humanidad asombrosa. Me firmó un autógrafo que ahora andará perdido entre mis cosas, en las cajas de mi última mudanza. Qué más da. Yo me quedo con el recuerdo de esa mirada, para entonces muy cansada, de esa amabilidad y de esa sonrisa leve pero sincera. «Milana bonita…»

Cinco horas con Mario y con Miguel (por Lola Herrera)
El hombre que no quiso una fundación
“Miguel, estamos todos. Te queremos mucho”