Fresas salvajes

Este verano me he empleado a fondo poniendo en orden mi videoteca, recuperando títulos que tenía prestados (todavía me queda uno por repescar) y prometiéndome a mí misma que en adelante prefiero regalar copias a prestar originales. Cuesta mucho tiempo y esfuerzo recopilar algunos títulos, sobre todo si ya están descatalogados. Tengo pocos ramalazos materialistas, pero en lo que respecta a música, libros y películas siento por ellos un apego considerable.

He hecho listas de «ciclos» personales en los que revisar películas vistas hace décadas o que para mí siguen inéditas. Esta vez toca Ingmar Bergman, un entrenamiento duro (por su densidad narrativa) que hará que la retrospectiva del Festival parezca pan comido. Confieso que «Fresas salvajes» es una de esas películas de las que muchos me hablaban y yo no había visto. Y ayer la disfruté.

El mundo de Bergman es personal pero transferible; la dualidad sueño/realidad, el flashback a partir de una sensación y el reconocimiento de uno mismo por (y con) los demás es un testigo recogido por cineastas modernos y constantemente reinterpretado (Woody Allen es uno de ellos). El viaje emprendido por Isak Borg (interpretado por el director y pionero del cine sueco Victor Sjöström) es sin duda la aceptación de la última etapa de su vida, una especie de redención de uno mismo que, a la vez, sirve a quienes le rodean para descubrir a un ser diferente del que creen conocer.

Esta «road movie» se alimenta de pasajeros inesperados que se unen a un viaje a Estocolmo que, inicialmente, estaba planeado realizar en avión; allí Isak Borg va a recibir un doctorado como reconocimiento a toda una vida dedicada a la medicina. Se ha levantado después de soñar con su propia muerte y decide que prefiere hacer el viaje conduciendo su viejo automóvil. Su nuera Marianne (interpretada por Ingrid Thulin, en la foto junto a Victor Sjöström) se apunta al viaje para reencontrarse con un marido del que se está separando. En una parada para revisitar un lugar de la infancia de Borg, recogen a unos jóvenes, entre ellos, Sara (Bibi Andersson), que son el contrapunto alegre, desenfadado y pretencioso de la juventud que Isak va recordando. También se incorpora, desde la cuneta, un matrimonio en crisis que reaparece más tarde en uno de los sueños de Isak.

Hay un alto en el camino para repostar, el humilde matrimonio que regenta una gasolinera (él es Max Von Sydow) reconoce y agradece a Isak toda la ayuda prestada en el pasado. Eso ocurre poco antes de visitar a la anciana madre de Isak, con una mente lúcida y un carácter que da, como el personaje del ama de llaves, el punto irónico a la historia.

En el viaje los jóvenes descubrirán esa dosis de ternura y generosidad que parecía escondida en el viejo. Isak Borg aprenderá a asumir el fin de su trayecto y a asimilar las frustaciones del pasado, las oportunidades perdidas, las fresas salvajes que él no recogió a tiempo. Una lectura existencialista del paso del tiempo y las relaciones humanas, fotografiada con un instinto lírico y evocador.