El apartamento

Hoy la obra maestra de Billy Wilder cumple 50 años y, a pesar de todo, el tiempo no ha hecho mella en la película, más bien diría que le añade valor, ironía, significado y frescura.

La historia de «El apartamento» se centra en C.C.Baxter (Jack Lemmon), un administrativo de una gran compañía de seguros que, consciente de que siendo sólo muy eficiente en su puesto de trabajo nunca ascenderá, se va haciendo un hueco entre las altas esferas de su empresa gracias a una valiosa posesión, la llave de un apartamento que va de mano en mano, para que los ejecutivos tengan un lugar al que acudir con sus ligues y amantes.

Cada mañana nuestro protagonista es el único caballero que se quita el sombrero y saluda educadamente a la señorita Kubelik (Shirley MacLaine), una ascensorista irónica y de vida sentimental misteriosa, de quien está secretamente enamorado. Baxter, tan eficiente él, lleva una agenda impecable que tiene que alterar cuando se resfría (por culpa de una noche a la intemperie). Y toda una serie de carambolas le lleva a descubrir un día que la señorita Kubelik es una de las visitantes del apartamento…

No vamos a desarrollar aquí todo el contenido de la película. La mayoría de nosotros la conocemos de sobra, pero era necesario recordarlo para mostrar la genialidad del punto de partida de Wilder, el más grande escritor y director de comedia (con la venia de su maestro, Ernst Lubitsch) de la historia del cine.

El guión, escrito por el propio director al alimón con su mejor pareja de baile, I.A.L. Diamond, va del drama a la comedia y vuelve al drama con una facilidad asombrosa. Es capaz de combinar una situación trágica (la señorita Kubelik bajo los efectos de una sobredosis de pastillas) con los comentarios de los vecinos, sobre todo el doctor, acerca de la asombrosa vida privada de Baxter, que en realidad está muy lejos de la lujuria que ellos imaginan. Como alumno aventajado y legítimo heredero de su maestro, la película abunda en «toques Lubitsch», situaciones fuera de cámara, objetos con intrahistoria, frases con doble sentido y elipsis que lo dicen todo. Así, por ejemplo, se resume el diálogo en el que Baxter se da cuenta de que el objeto de sus deseos románticos no es tan inocente como supone:

– C.C. Baxter: The mirror… it’s broken. (El espejo… está roto)
– Fran Kubelik: Yes, I know. I like it that way. Makes me look the way I feel. (Sí, lo sé. Me gusta así. Así me veo tal como me siento)

Para entender la secuencia, por supuesto, hemos aprendido antes la importancia de ese objeto roto tan lleno de significados implícitos y explícitos. El toque Lubitsch hasta en los detalles dramáticos.

El inicio de la película también es brillante: créditos iniciales, con la imagen fija en la fachada del edificio de apartamentos y la música de Adolph Deutsch; imagen en scope, magnífica fotografía en blanco y negro. Para rodarlo y dar la apariencia de una oficina inmensa, tan «a la americana», Wilder contó con la inestimable ayuda de sus técnicos, que diseñaron un escenario con una falsa profundidad de campo, en la que se situaron «actores bajitos», de modo que el local aparentaba prácticamente el doble del espacio en el que realmente se montó la oficina. La secuencia, además, es magistral: a la voz en off del trabajador Baxter, que aporta una impecable estadística sobre los seguros y su empresa, se le suma la vista de un gran edificio neoyorkino, la entrada de los trabajadores y la perspectiva de hormiguero perfectamente cuadriculado del lugar de trabajo, acabando con el ritmo de la máquina calculadora mecánica (modernísima para la época).

Tan experto en secuencias iniciales es Wilder como lo es en finales: Ya en «Some like it hot» (Con faldas y a lo loco, 1959) reserva para Lemmon una de las mejores secuencias finales de la historia, con ese diálogo inolvidable:

Jerry: I’m a man! (¡Soy un hombre!)
Osgood: Well, nobody’s perfect! (Bueno, ¡nadie es perfecto!)

En «El apartamento» se deja de nuevo un final abierto, con una fina ironía y ambigüedad, marca de la casa. Se resume en el último diálogo:

C.C. Baxter: You hear what I said, Miss Kubelik? I absolutely adore you. (¿Sabe lo que le digo, señorita Kubelik? La adoro.)
Fran Kubelik: Shut up and deal… (Cállese y reparta [las cartas]).

Sobre el sólido guión la definición de los personajes es perfecta (y nadie es perfecto): un gran reparto es la mitad de la película. Lemmon construye a un tipo normal, de aire decente, que se deja manejar por conseguir salir de un puesto mediocre; sin embargo su honestidad puede más que sus aspiraciones, quizá empujado por sus sentimientos hacia la señorita Kubelik.

MacLaine es una ascensorista de la que se enamoraría el mundo entero. Rodeada de tiburones, representa perfectamente a la mujer en un mundo de hombres que se creen con derecho a hacer de ella lo que quieran. Pero ella es capaz de parar los pies a todos… menos a uno: su jefe, el señor Sheldrake (Fred McMurray, en un papel como hecho a su medida).

Tiburones, trepas, intereses creados, mentiras, empujones, ligues, chantaje laboral, jefes, empleados… Cincuenta años después ha cambiado la tecnología, pero ni las tramas, ni las tretas ni las jerarquías. Es fácil imaginar la película en 2010 (pero, por favor, que nadie amenace con un remake).