Doctor Lean

Por si queda la duda de si hemos o no acabado con empacho de celuloide, anoche nos sometimos a una dosis fílmica de 197 minutos del mejor cine. NOSFERATU, ese estupendo cine-club municipal de Donostia Kultura, ha iniciado el curso escolar con una retrospectiva que los aficionados hemos recibido con los brazos bien abiertos: David Lean, cuando se cumplen cien años de su nacimiento. Y como quien exhibe fuegos artificiales en La Concha, el lanzamiento inicial ha sido espectacular.

Que sea una producción de Carlo Ponti hizo de la de ayer una transición mágica desde la retrospectiva de Monicelli con la que algunos hemos convivido en los últimos diez días hacia la normalidad. Con Doctor Zhivago restaurada y en una copia limpia de la Cooper, ayer disfrutamos de todos esos matices que nos hemos perdido en las cada día menos escasas emisiones de clásicos por televisión. Los machadianos campos de Soria, el Moncayo y la estación de Canfranc eran mucho más visibles y reconocibles a nuestros ojos, así como los actores españoles no acreditados, de los cuales el más popular es José María Caffarel. La imdb al fin hace justicia y ofrece una relación exhaustiva de los actores españoles que intervinieron en la película.

Esta versión en scope del original en 70mm, un formato carísimo y de fotografía espectacular (de Freddie Young), tiene matices que quienes no la habíamos visto en pantalla grande nos habíamos perdido. Me quedo, sin duda, con el momento en que se hace evidente que Yuri está loco por Lara (bellísima Julie Christie): no hace falta expresarlo con palabras, ni con gestos, simplemente ubicando a Omar Sharif en la penumbra e iluminando esos ojos que lo dicen todo (debo encontrar el fotograma para publicarlo aquí).

La nieve, que no es nieve, es mucho más fría. La cicatriz en la cara de Pasha, el deseo de Komarovsky (Rod Steiger, siempre grande), la bondad de Tonya (Geraldine Chaplin) y la irresistible belleza de Lara, todo es más evidente, más grande, más bello, más épico en una sala de cine en la penumbra. La copia completa incluye la obertura sin imágenes y el intermedio, con lo cual podemos disfrutar de una banda sonora magistral de Maurice Jarre, sin la cual Zhivago sería una narración incompleta. La copia tiene, además, sonido digital y eso se nota.

Para mí hay tres secuencias determinantes: Una, cuando después de desertar y de recorrer al borde de la locura kilómetros y kilómetros, helado de frío y agotado (en la foto, Omar, todo ojos), llega a Yuriatin, recoge la llave de la casa de Lara en el escondite y lee la nota de Lara, que le ha preparado patatas hervidas. Dos, cuando Yuri, Lara y la niña llegan a la mansión helada de Varikino, entrando en una especie de palacio de cristal donde la escarcha y el polvo se confunden en un entorno tan fantasmal como romántico y mágico. Y tres, la penúltima secuencia, la de la impotencia de Zhivago cuando divisa a Lara desde el tranvía pero no puede alcanzarla.

En esta película aparece uno de los elementos favoritos de Lean, casi constante en su filmografía: el tren. Una de las secuencias fue rodada en la bellísima estación de Canfranc, en Huesca. Hace años que no la visito y la última vez contemplé el deterioro de un lugar que todavía retiene cierto carácter aristocrático, como de belle epoque.

Y un detalle que sobrecoge: el vals que invita a comprar la lotería de Navidad, (con lo que ello deprime). Noté cierto asombro entre algunos espectadores, que no sabían que la musiquilla del calvo de la lotería procedía de esta película.

La película fue candidata a diez oscars, de los cuales se llevó cinco: mejor guión adaptado (Robert Bolt), mejor fotografía, mejor banda sonora, mejor vestuario y mejor dirección artística (entre los galardonados, Gil Parrondo).