Tinnitus

Desde hace unas semanas un molesto zumbido ha encontrado acomodo en mis oídos. El otorrino dice que no ocurre nada, es más, que tengo un oído perfecto que ya quisiera para él. El caso es que esta perfección empieza a ser más que molesta, porque no sólo hay que aguantar en el silencio de la noche este extraño sonido similar al que emite un televisor, sino porque parece que viene acompañado de cierta hipersensibilidad.

Claro que, viéndolo de otro modo, mis abuelos maternos murieron sordos; recuerdo cómo en sus últimos años mi abuela sufrió muchísimo por culpa de ese aislamiento implacable al que se veía sometida. No se entretenía ni con películas mudas, en las que podía disfrutar simplemente de la narración visual: El maquinista de la General, los cortos de Chaplin… Nada le interesaba. Ni siquiera algo que le gustaba tanto como los toros. Se centraba en su afición, el ganchillo, con el que supongo que llevar la cuenta de los puntos le permitía escucharse a sí misma en su imaginación, y si alguien le preguntaba dónde vas, decía manzanas traigo. Ella hubiera preferido mil veces tener este zumbido.

Hay días que parece que han subido el volumen de todo. La gente habla muy alto, la radio tiene más interferencias, el tráfico parece multiplicarse y los niños de la plazoleta gritan sin parar.

Si hay algo a lo que me he vuelto más sensible si cabe es a escuchar cosas aparentemente inofensivas. Hoy, en la radio, entrevistaban al director del Reina Sofía acerca de la limpieza y estado del Gernika. Se puede leer en El País: «Cuando todo el estudio haya concluido lo moveré«. Sí, lo moverá él solito, supongo, porque lo hará en contra de la opinión de quienes dicen que es mejor dejarlo donde está. Esta persona desconoce las virtudes de utilizar el plural de modestia, que no el mayestático. Y eso dice mucho de quien que está al frente de un proyecto en el que toman parte muchas personas: las que han apeado con sumo cuidado el mural de Picasso, las que lo han rastreado y analizado y radiografiado; las que con mucho mimo y milímetro a milímetro le han quitado el polvo; las que han buscado una iluminación más apropiada para su óptima contemplación, evitando que se deteriore; y las que lo han aupado de nuevo a la pared en la que habita. Este hombre, ninguneando a su equipo, ha echado mano de la primera persona del singular en casi todos sus verbos, colocándose descaradamente una medalla, como diciendo «descolgué el cuadro, lo limpié, lo analicé, hice un informe y lo volví a colgar».

Ésta y otras perlas que me veo obligada a escuchar, creo que han provocado el tinnitus. Pero estoy en tratamiento: dentro de un rato Monty me lleva a un concierto de Dianne Reeves y después a otro de Diana Krall.