The Princess Bride

La princesa prometida

The Princess Bride (Rob Reiner, 1987). Si hay una película de los años ochenta en la que coincidamos cinéfilos, nostálgicos, padres, abuelos, nietos y quienes entonces no eran ni proyecto, es ésta. Porque «La princesa prometida» es una historia, por encima de todo, entretenida, donde los cuentos de princesas y los de piratas felizmente se mezclan y, lejos de caer en la cursilería de la literatura de hadas, adereza de buen humor los ingredientes esenciales: romance, venganza, aventuras, malos, buenos, duelos, castillos, acantilados, barcos…

Una de las razones por las que esta obra de Rob Reiner nació moderna es la banda sonora de Mark Knopfler; otras, el talento interpretativo de Mandy Patinkin («Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.») y la frescura de una jovencísima Robin Wright. Pero también nació clásica, tomando elementos narrativos y estéticos del cine norteamericano de aventuras de los años cuarenta y cincuenta.

La película se basa en la novela homónima de William Goldman, quien también firma el guión. La novela utiliza el recurso de basarse en una supuesta historia encontrada (firmada por Goldman con el seudónimo Simon Morguestern) y reconstruirla en el libro. Goldman es un guionista y novelista americano que ha escrito guiones para películas tan interesantes como «Dos hombres y un destino», «Maratón Man» (basada en su propia novela) o «Misery».

El argumento parte de la relación romántica de una princesa, Buttercup, y un sirviente, Westley, quien se marcha en busca de fortuna y desaparece cuando el barco en el que viaja es atacado por piratas. La princesa, segura de que Westley está muerto, acepta casarse con el ambicioso príncipe Humperdinck, pero durante la víspera de la boda ella es secuestrada por tres proscritos (un villano, un espadachín español y un gigante)… a los que persigue un temible hombre enmascarado vestido de negro, el pirata Roberts.

Con todos estos ingredientes nos encontramos ante una película que recupera en sus personajes a los héroes y villanos encarnados por Douglas Fairbanks, Errol Flynn, Vincent Price, Robert Taylor o Tyrone Power, a las princesas de castillo que evocaron Janet Leigh, Olivia de Havilland, Elizabeth Taylor o Virginia Mayo, más allá de las delicadas doncellas de los dibujos animados; piratas más auténticos y menos  histriónicos que el que hoy encarna Johnny Depp, y un gigante surrealista y mágico evocado años después en la película «Big Fish», de Tim Burton. La historia tiene todos los ingredientes necesarios para entretener y divertir, con un guión del que hay que decir que no le sobra ni le falta una sola coma y del que han trascendido la ya citada frase del espadachín Íñigo Montoya, o el «como desees» de Westley. Aunque en su estreno no tuvo una gran respuesta en taquilla (si bien recaudó el doble de lo que costó), con los años se ha convertido en un film de culto que se va transmitiendo con éxito a nuevos públicos. No sólo no ha pasado de moda, sino que se ha consolidado como la gran película de aventuras de los ochenta, en la que queda perfectamente reflejado el aspecto universal de los cuentos infantiles y su transmisión oral y escrita, así como esa capacidad de «enganchar» a los ajenos a mundos de fantasía y entretenimiento y como nexo de unión entre dos generaciones, la de los abuelos y los nietos.