Derechos y patrimonio (de la humanidad)

Alberti y su primera esposa, María Teresa León

Acabo de leer en El País que la figura y la obra de Rafael Alberti se están olvidando. Podría esta idea encajarse en el debate permanente sobre la calidad de nuestra cultura y de la enseñanza, pero en esta ocasión, y como podréis leer en el artículo que me lleva a expresar mi opinión, el contexto no es otro sino el del bloqueo de los derechos de publicación de la obra de uno de los más grandes escritores en lengua española.

No sé por dónde seguir escribiendo acerca de mi malestar general: quizá es porque nunca he podido soportar la figura y el papel que juega en todo esto la-mujer-joven-que-se-casó-con-el-autor-consagrado-maduro. Es una circunstancia que se repite con otros autores: de Borges a Cela, pasando quizá también por el propio Saramago. Si bien María Kodama no me resulta tan antipática (aunque también supongo que ejerce de viuda de), qué decir de la marquesa que llegó, vio y venció y tejió un entramado empresarial para controlar todo el legado del autor de La colmena. Ni ganas de teclear el nombre de semejante arribista, porque mucho me temo que tiene un metabuscador que se dedica a localizar cuanto se escriba acerca de su difunto y de ella misma, egocéntrica y ególatra como pocas. Por qué señores tan cultos, con tanta experiencia, son capaces de arrimarse a mujeres de esa calaña y legarles todo, habiendo otros herederos naturales (y, además, por encima de todo, los lectores y la historia de la literatura), es algo que no llego a explicarme.

Fundamentalmente, el artículo Alberti, de la arboleda al olvido viene a explicar cómo los derechos de la obra del poeta están controlados por una sociedad que maneja su viuda, María Asunción Mateo, y que ha secuestrado de tal manera la obra que hay libros del autor (uno esencial para tener un primer contacto con su obra: Antología poética, de colección Austral), que tras agotarse su última edición no han podido ser reeditados.
La famosa imagen de la Generación del 27
La figura de Rafael Alberti es una de las claves no sólo para explicar un episodio fundamental de la historia de la literatura española, sino también para comprender a una generación política y cultural del siglo XX. Tuve la suerte de estudiar literatura cuando el nombre de Alberti, aún en vida, ya era parte de los temarios de los libros de EGB y bachillerato. Es decir, estaba a la altura de los clásicos y formaba parte de lo que didácticamente se vino a agrupar bajo el nombre de la Generación del 27, la de Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, José Bergamín, Pedro Salinas, Gerardo Diego, León Felipe, Miguel Hernández, Dalí, Buñuel… y damas como Rosa Chacel, aunque pocos la mencionen dentro de esta generación.

Delibes, Chacel y Alberti

Si ahora una sociedad va a controlar los permisos para que Serrat entone su «Se equivocó la paloma…» o los libros de texto escolares incluyan ejemplos de la poesía de Alberti, estamos ante la mercantilización de una obra artística que debería más bien declararse patrimonio de la humanidad; ese control de algo que todos tenemos derecho a conocer y disfrutar. No hará sino negar esa obra a nuevas generaciones, a las que de por sí resulta muy difícil animar a leer, ya no digamos clásicos o poesía. Esta señora está tirando piedras contra su propio tejado: ponerlo todo difícil o extremadamente caro hará que el autor de Marinero en tierra desaparezca de las estanterías de las librerías y que cuando reaparezca nadie lo reclame. Es para reflexionar que Camilo José Cela Conde y Aitana Alberti se hayan quedado fuera de juego. Y esta actitud es tan impropia de un personaje como fue Rafael Alberti… Seguro que él invitaría al fotocopiado masivo y reaccionario.