Cantando bajo la lluvia

Este mes tengo el placer de descubrir a unos cuantos alumnos una película optimista, sin aristas, con su buena dosis de ironía y que, de paso, ilustra un momento importante en la historia del séptimo arte. Cine dentro del cine, cine que se ríe de sí mismo, que dice mucho de sí mismo.

Stanley Donen, a quien este blog ya ha dedicado unos cuantos párrafos, nació en Carolina del Sur (EEUU) en 1924. comenzó a los dieciséis años su carrera como bailarín en Broadway, donde conoció a Gene Kelly trabajando en la obra de Rodgers y Hart Pal Joey (por cierto, os recomiendo revisar la versión en cine protagonizada por Frank Sinatra).

Poco tiempo después se trasladó a Hollywood, donde trabajó como bailarín y más tarde como coreógrafo en la Metro Goldwyn Mayer. Con la ayuda de Kelly y del productor Arthur Freed, comenzó a dirigir películas, para lo cual demostró sobrado talento. De esa colaboración surgió una película musical con partitura de Leonard Bernstein, On the town (Un día en Nueva York, 1949), a la que le siguió Royal Wedding (Bodas reales, 1951), que ha pasado a la historia por la secuencia en que Fred Astaire bailaba por las paredes y el techo de su habitación.

Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the rain, 1952) es su cuarta película, también codirigida con su protagonista, Gene Kelly. Pero cualquiera que desconozca lo joven que era Donen cuando la realizó, diría que se trata de un director maduro y con larga experiencia.

En pocas palabras

Don Lockwood y Lina Lamont son la pareja más famosa del cine. Ella ha nacido para ser estrella del cine mudo; en cambio, él, ha llegado a donde está a base de esfuerzo y dignidad, siempre dignidad. Kathy Selden es una bailarina de coro que se gana la vida como buenamente puede y que, por casualidad, conoce a Lockwood de camino a una fiesta.

Corre el año 1927 y, el rodaje de El cantor de jazz provoca una revolución, ya que se trata de la primera película sonora. De repente, el cine mudo y sus estrellas se tienen que enfrentar a un micrófono y…

Gene Kelly

Hay imágenes como la de Scarlett O’Hara en Tara arrancando un rábano a la tierra yerma y jurando que no volverá a pasar hambre; y hay imágenes como la de Gene Kelly cantando y bailando y desafiando a la lluvia, como mayor expresión del optimismo, de la felicidad y del enamoramiento. En la película, después de una noche en vela, los tres personajes principales llegan a la conclusión de que la crisis sólo se supera con optimismo y creatividad.

Son los epítetos de optimista y creativo los que asocio a la figura de Gene Kelly (1912-1996), por sus composiciones poéticas, alegres, enérgicas, expresivas. Frente a Fred Astaire, que representaba algo así como la aristocracia del baile, me quedo con el protagonista de Un día en Nueva York, sin menospreciar al elegante Fred.

Kelly era un perfeccionista y eso lo sufrieron sus compañeros de reparto. Todo debía estar muy ensayado y estudiado y con frecuencia las sesiones finalizaban con los pies destrozados, sangrantes. El día del rodaje de la famosa secuencia bajo la lluvia, tenía 40º de fiebre y muy poca fuerza para hacer claqué, por lo que había dos bailarinas en el plató que realizaban sincrónicamente los pasos para dar con el ruido más fuerza a los movimientos del actor. La lluvia no era agua, sino una solución salina mezclada con leche para conseguir un mejor efecto al fotografiarla; finalmente se logró rodar la secuencia completa en una sola toma.

Después de ellos (Kelly, Astaire y el gran Bob Fosse), no ha habido ningún otro bailarín-actor icónico en el cine. Nadie tan polivalente, tan creíble y versátil, que hiciera de la coreografía algo elegante y aparentemente sin esfuerzo lo integrara en cada personaje. Kelly, además de bailarín capaz de crear coreografías tan distintas como las de El pirata y Un americano en París, era un saltimbanqui; no en vano Don Lockwood es una autoparodia acrobática, emulando a Douglas Fairbanks, o a Errol Flynn.

Debbie Reynolds

En cambio, Debbie Reynolds (Texas, EEUU, 1932) nunca había bailado antes de rodar esta película; por culpa de las quejas de Gene Kelly, que llegó a insultarla por no saber bailar, consiguió que el mismísimo Fred Astaire le enseñara durante el rodaje – y vaya si aprendió. Se inició en concursos de belleza que le facilitaron la entrada en el mundo del cine. Ésta es sin duda su más conocida película; más adelante recibió una nominación al Oscar por Molly Brown, siempre a flote. Quiero recordar aquí una película menor que descubrí el año pasado en la retrospectiva de Richard Brooks, protagonizada por Bette Davis y Ernst Borgnine, The catered affair, en la que interpretaba el papel de la hija de los protagonistas.

Reynolds es famosa por otros asuntos menos artísticos. Su amistad con Elizabeth Taylor provocó su primer divorcio: estaba casada con el famoso cantante Eddie Fisher, que se fue a consolar a la Taylor cuando se quedó viuda del productor Michael Todd. Con Fisher tuvo dos hijos, Carrie y Todd. Carrie Fisher protagonizó el papel de la Princesa Leia en la trilogía de La Guerra de las Galaxias, lo cual a la legendaria Debbie le ha llevado a ser más tarde conocida como «la madre de la princesa Leia». La relación entre ella y Carrie ha sido problemática, lo que su hija reflejó en el libro y más tarde el guión de la película «Postales desde el filo», donde madre e hija fueron retratadas por Shirley MacLaine y Meryl Streep.

Su agitada vida le ha llevado a divorciarse tres veces, a arruinarse en varias ocasiones, a vivir literalmente en su cadillac en el momento más bajo de su carrera. Actualmente Debbie Reynolds aparece en papeles secundarios en el cine y en la televisión. Es una gran coleccionista de «memorabilia», de objetos relacionados con el cine, que ha exhibido en un museo en Las Vegas y actualmente en Hollywood (esta información no está ni clara ni muy actualizada por lo que he podido comprobar en Internet).

Los secundarios

Esta película demuestra la importancia de los personajes/actores secundarios y su generosidad con la historia. Y es justo reconocer el gran papel, por antipático y divertido, de Jean Hagen (1923-1977), una actriz con una carrera corta en el cine por culpa del sistema de estudios (la MGM no supo qué hacer con ella), pero que encontró un hueco en el mundo de la televisión, en la que trabajó pese a su salud delicada hasta el último momento.

Por su papel de Lina Lamont recibió una nominación al Oscar; un personaje divertido, contrapuesto al de Reynolds, que en el fondo es la visión irónica del star-system del cine mudo, y del precipitado final de muchas carreras con la llegada del cine sonoro.

Donald O’Connor (1925-2003) tuvo en cambio una carrera larga, que comenzó con su familia en el vaudeville. En los años cincuenta protagonizó una serie de películas muy célebres, en las que su coprotagonista era una mula parlante, «Francis». O’Connor es un actor-bailarín también de corte acrobático; pero además es un humorista de verbo rápido y habla muy gestual. En esta película aporta un contrapunto cómico casi surrealista, y exhibe todo un repertorio de gestos, verborrea y baile acrobático en dos números como «Moses suposes» y «Make’em laugh», después de cuyo rodaje necesitó tres días de reposo en cama para recuperarse del esfuerzo; esto hizo cambiar de actitud a Kelly, que se había portado como un déspota con él hasta entonces, y a partir de este número comenzó a mostrarle respeto.

Rita Moreno tiene una brevísima aparición, todavía no había alcanzado el estrellato que le proporcionó West Side Story. Quien sí tiene una aparición secundaria de lujo es la gran Cyd Charisse, que por entonces era una de las bailarinas más impresionantes, como lo eran sus piernas.

La secuencia en la que interviene Cyd es el proyecto (casi onírico) de Don Lockwood para convertir su fallida película hablada en un musical donde todo se exprese con baile y canciones. Las escenas en que Kelly y Charisse bailan son excepcionales, luminosas, llenas de color. Representan el mundo de la MGM; el artista, la femme fatal, la búsqueda del éxito para conseguirlo todo, y el éxito supeditado al poder y al dinero. Y a la vez evocan a un genio de la Warner, Busby Berkeley, el gran innovador del teatro y el cine musical en los años treinta.

Estamos, probablemente, ante la mejor comedia musical de la historia del cine. Ideada en principio bajo el esquema del clásico musical MGM Melodías de Broadway, Donen se encarga de cargarlo de crítica irónica. Como muchos musicales de los treinta y cuarenta, no son obras musicales globales, sino un conjunto de canciones que habían sido populares. En este caso, sólo los temas «Moses» y «Make’em laugh» son originales, aunque esta última es un evidente plagio de «Be a clown», de Cole Porter; el compositor, elegantemente, no interpuso demanda alguna y siempre declaró que «Singin’ in the rain» era una de sus películas favoritas. No en vano estaban involucrados en el proyecto dos genios, los letristas y libretistas Betty Comden y Adolph Green…