Algunas estrellas brillan, yo sudo

Ya lo dije: no hay nada mejor que no esperar NADA de un concierto. Sobre todo cuando lo que se va a presenciar sobre el escenario es brillante, irrepetible. Cuando una piensa en las estrellas de Hollywood las imagina como algo lejano e inalcanzable, más cuando sostienen el estatus de diva (o divo) y ejercen como tales. Además, hay figuras que llevan varias estelas tras de sí; Liza es una de ellas: su bagaje es variado y su recorrido largo. Por suerte, el domingo 27 tuvimos la ocasión de comprobar que ha sabido administrar bien su herencia, que está ahí para transmitirla y que, a pesar de los rumores, recaídas, cicatrices y leyendas, es una profesional del escenario, una actriz de los pies a la cabeza, y sus dotes como cantante y show-woman no se han perdido.

Lo cuentan los periódicos: nos dejó a los habitantes del Kursaal anonadados, emocionados, embriagados. Podría seguir empalagando este texto con epítetos. Liza dio cuenta de toda la profesionalidad acumulada en sus rodillas y su cadera, a saber lo que le estaba haciendo sufrir el dolor de moverse. Si en la primera parte del concierto hizo uso de la silla para transmitirnos su repertorio más intimista (soy lo suficientemente inteligente como para no esperar al segundo acto para sentarme, dijo), en la segunda parte no paró de bailar, de comunicar, de contagiarnos la energía con que le alimentó Kay Thompson en los momentos en que Liza más lo necesitaba.

Kay Thompson merece una mención aparte. Ella y nada menos que Ira Gershwin (el hermano de George Gershwin) fueron los padrinos de la hija de Vincente Minnelli y Judy Garland (ya sé que me repito, pero creo necesario que estos nombres ilustres no se olviden entre la gente que nunca ha visto cine clásico, que por desgracia empieza a ser muy numerosa). Para quienes no sepan quién fue Kay Thompson, no tengo más que hacer una recomendación: ver la siempre agradable Funny Face (Una cara con ángel, de Stanley Donen, 1957), donde la dama es capaz de eclipsar a los mismísimos Fred Astaire y Audrey Hepburn. Todo lo demás puede encontrarse en Internet: autora de libros infantiles (Eloise), compositora, arreglista, cantante, maestra de cantantes, actriz, empresaria…


Lo bonito fue el acto de reconocimiento que hizo Liza en la segunda parte de su espectáculo: un homenaje a Kay, quien en cierto modo se hizo cargo de Liza cuando su madre desapareció. Como contaba entre canción y canción, Kay era un auténtico torbellino, una persona vital, enérgica, fuerte. Es quien más hizo por infundir lo que Liza denominó self-confidence (confianza en sí misma). Como relató, la última imagen que tiene de ella es Kay, desde un balcón, diciéndole, «Liza, happy EVERYTHING!«.

Uno de los números interpretados en esta parte del concierto era la canción (compuesta por Thompson y Gershwin) titulada LIZA, de la cual Vincente tomó el nombre para su hija. Parte de ese homenaje estaba aderezado con cuantro cantantes-bailarines que emulaban a los Williams Brothers, de los que formaba parte el cantante Andy Williams.


Finalmente, Liza nos obsequió con New York, New York y antes de bajar el telón, exhausta, nos regaló un tema a capella, I’ll be seeing you. Lo dejó todo sobre el escenario, en el que brilló, aunque nos llegó a confesar: Some stars glitter, I SWEAT!


Veamos a Kay Thompson en el número de Funny Face «Think Pink», antes de que ése fuera el título de un corto de La Pantera Rosa